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Hoy es lunes, octubre 08, 2007 todavía

Entrada nº 71: El Crepúsculo de los [ ]

Muahaha, río con descaro.
Bailo con el desaire propio de un necio y lo celebro como lo haría cualquier ebrio.
Borracho, en efecto. Pero no de alcohol. Tampoco se trata de una de esas alteraciones emocionales que, por su intensidad y blabla, poética y tópicamente se comparan con haber bebido. Esto es literal. Me he colocado a base de mareantes vapores y exquisitos líquidos. Oh, mi estimado petróleo. Ah, mis recurrentes residuos tóxicos. Mis argollas de plástico, redes ilegales, explosivos submarinos, y demás.
Todo ha salido a pedir de Milhouse. Lo que antes era poderoso y gigante Mar, hoy sólo es una ridícula y fina capa de agua estanca negra. Mis zapatos, mojados; los bajos de mis pantalones, a salvo. Bien. Bien.
Hundir el primer petrolero fue lo más difícil. Simbolizaba romper con muchos meses de admiración hacia el líquido elemento.
Razoné. Eso es todo; no tuve que hacer más. Pensé sobre dónde empezaba el mar y sobre dónde lo hacía yo acabar. Sobre si el que al mirarlo no viera el fondo significaba que era profundo y rico, o por el contrario vacío y de oscuras y cercanas arenas.
Las noticias me llegaron de lejos: "Loco endiosado hace encallar petrolero en magnífica costa". No sentí nada. En ese momento supe que el camino ya estaba allanado. El fondo marino, sentenciado.
Flotas enteras fueron botadas, cargadas, y encomendadas a tan destructiva misión. Tras inundarlo todo de veneno negro, le llegó el turno a la legalizada pesca furtiva. Durante meses las redes sacaron del mar toneladas de cadáveres de todos los tamaños, formas y colores. Sólo un factor en común: su expresión era siempre de agonía, o eso dijeron los titulares de la época, puede que para darle gancho comercial a la noticia.
Millones y millones de metros cúbicos de agua muerta y petróleo. Quizá fuera cierto que no eran necesarias las numerosas bombas nucleares detonadas para acabar de acabar con todo, pero la cosa es que las lancé.
Y al final, los vapores densos del fuel que anega todo lo que nunca mereció otra cosa, me marcaron cuan perfume de mujer, y me emborracharon.
Es lo que ocurre cuando el de ayer quiere imponerte el culto a un ídolo. Tienes dos opciones: Puedes ignorar sencillamente al falso ídolo, o puedes tomarte su presencia y pretensión de ser adorado y glorificado como un insulto a tu naturaleza, como una forzada y falsa comparación que busca menospreciarte vilmente, y destruirlo.
Porque no sólo los dioses son celosos.

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