##################### #########################################

Hoy es jueves, octubre 11, 2007 todavía

Entrada nº 72: "No se debe querer ser médicos de incurables"

Algunos tocan mecánicamente un instrumento a la vez que tus cojones. Otros recitan un rápido poema con un nivel de intensidad cero. Los hay que sueltan un discurso que habla de la droga, de lo dura que es la vida y del hambre que pasan sus hijos. Hasta vi a uno que se puso de rodillas en mitad del vagón. Una vez concluido el número, todos hacen la ronda de recaudación. Buena conciencia a cambio de dinero. Algunos lo ven justo.

Yo estoy sentado, pegado a una señora demasiado gruesa para lo que el diseñador de los asientos consideró "tamaño razonable", y enfrente de dos pijas que hablan a gritos y ríen, una de ellas de manera escandalosamente desagradable. Intento evadirme y concentrarme en la lectura, ser una mente que procesa conectada a dos ojos que informan y nada más. No es fácil.
"El túnel", E.Sabato. Precisamente atravieso ahora una de sus reflexiones sobre lo razonado de ser misántropo y distante y antipático con el resto de humanos por norma (ríe, escandalosa, ríe). Precisamente llego a un ejemplo en el que habla de "ese tipo de gente que se siente bien dando un peso a un pobre de vez en cuando". Precisamente acaba de parar el tren, y entra un tipo de aspecto demacrado y con un vaso de cartón en la mano. Interesante.
Aborto inmediatamente mi intención de buscar un análisis comparativo entre lo que veo y lo que acabo de leer. Al mirar al tipo y estudiarlo, comprendo qué es exactamente lo que me ha transmitido una sensación de decrepitud nada más verlo: tiene la pierna izquierda amputada por debajo de la rodilla, lo que le obliga a llevar una prótesis metálica al más puro estilo pata-palo, que termina en un zapato negro. Tiene que ser humillante ponerle un zapato a algo metálico que sustituye a tu pie. Aunque no sé, supongo que yo también lo haría.
El pobre hombre comienza a andar por el vagón en dirección hacia mí. Algo le pasa también en la otra pierna; lleva una especie de prótesis rara de plástico que no soy capaz de imaginar para qué sirve. Con su plumas de un color oscuro y manchado, se conduce lentamente con la mirada gacha. Una voz cansada repite "Una ayuda, una ayuda" mientras mueve levemente el vaso de cartón. Debido a que habla muy bajo y con tono cansado, al principio le entiendo sólo "Ayuda...ayuda...". Me horrorizo. Ésa es la expresión correcta. Es como ser acuchillado en el pecho por una intensidad que te produce un asfixiante vértigo en lugar de sangre. Inmediatamente dirijo mi mirada al libro para no entablar contacto visual. Mierda. Me da muchísima lástima, pero no sé porqué necesito no hacer nada, dejar que pase, permitir que deje como único rastro en mi vida la huella de una anécdota. Lo quiero lejos. Es egoísta. Soy egoísta. Pasa por mi lado y no se entretiene en mí, sabedor de que insistir no sirve de nada en estos casos. La pija de enfrente ni lo ve ni se calla. Él pasa de largo, persistiendo en su discurso de obtener calderilla. Entonces la pija se fija en su piernas "Ostia...pobre" le murmura a su amiga, quien le sigue contando algo que debe ser la Ostia de gracioso, porque a los 4 segundos vuelve a soltar una sonora e insufrible carcajada. El cambio de emociones que ha sufrido ha sido insultantemente vertiginoso, no puedo evitar mirarla incrédulo. Aunque se diera cuenta y me dijera algo, no podría apartar mi resentimiento ocular de ella.
En este momento pasan muchas cosas por mi cabeza. Esta vez no he de darle muchas vueltas al bombo mental, fácilmente sale el pensamiento ganador.
Todos estamos enfermos.
Quizá lo mejor sea obviarlo, y seguir adelante. Siempre adelante.

Etiquetas:

Aquí antes iba un contador. Hasta que un día le dio por hacer saltar ventanas de publicidad. Aquí ahora no va un contador